Creo en el Perdón de los Pecados

28/2/08

El tiempo de Cuaresma comenzó con una llamada a la conversión, y la Iglesia nos recuerda la importancia y la necesidad de acudir al sacramento de la Confesión, especialmente en estas fechas previas a la Semana Santa. Sin embargo, parece evidente que la práctica de este sacramento -conocido indistintamente como sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación, del Perdón o simplemente, de la Confesión- sufre una notable crisis. Por ello, es necesario que recuperemos este tesoro de gracia, expresado en el mismo Credo: “Creo en el perdón de los pecados”.

1º.- De la pereza a las dudas: Una buena parte de los fieles que se han alejado de este sacramento, no lo han hecho por un rechazo a la fe católica, sino simplemente arrastrados por el mal de la pereza y por la ley del mínimo esfuerzo. Es indudable que el sacramento de la Penitencia requiere un esfuerzo notable, y que a algunas personas les puede exigir altas dosis de vencimiento propio.
Pero claro, quien cede a la pereza, tarde o temprano, se hace vulnerable a las dudas de fe: se empieza por entonar el célebre “yo me confieso con Dios”, dejando en el olvido la afirmación bíblica de que «Dios confió a los apóstoles el ministerio de la reconciliación» (2 Cor 5,18), para terminar por decir aquello de “yo no hago mal a nadie… no tengo pecados”, contradiciendo las palabras de Cristo: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra» (Jn 8,7).

2º.- Sensibilidad moderna: Más allá de la pereza, algunos piensan que la sensibilidad moderna chirría ante la confesión de los pecados a un ministro mediador. Sin embargo, deberíamos atrevernos a cuestionar el presupuesto de partida: ¿es cierto que la sensibilidad moderna es reacia a la confesión particular de los pecados? Hay a nuestro alrededor muchos síntomas que invitan a cuestionarlo. No me refiero únicamente al aumento de pacientes en las consultas de los psicólogos, inversamente proporcional al descenso de la confesión. Ahí tenemos también la proliferación de los “reality shows” radiofónicos y televisivos, en los que los “penitentes” reconocen ante millones de espectadores sus “pecados” con sus rostros distorsionados por el zoom televisivo, como si de una discreta rejilla de confesionario se tratase.

3º.- Abusos en las celebraciones comunitarias: Por los motivos aducidos, tanto los fieles como los sacerdotes, podemos tener la tentación de cometer o de permitir determinadas infidelidades en la disciplina de este sacramento. Por ejemplo, ¿qué sentido tiene una celebración comunitaria de la Penitencia, en la que los fieles se limitan a confesar de forma genérica “soy pecador”, o “perdón, Señor”, sin necesidad de concretar sus propios pecados?
La declaración de los pecados personales ante el sacerdote, es una parte esencial del sacramento de la Reconciliación. Baste entender las siguientes palabras del Evangelio de San Juan: «A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20, 23). Es decir, el sacerdote que administra este sacramento, no puede ni debe hacerlo de una forma automática, ya que su tarea consiste en discernir si existe el debido arrepentimiento en el penitente, intentando suscitar en él una verdadera contrición, de forma que así puedan darse las condiciones para “perdonar” los pecados en nombre de Cristo, o “retenerlos”, en su caso. Lógicamente, para poder realizar ese discernimiento, es necesaria la manifestación de las faltas al confesor.

4º.- Confesiones rutinarias y desesperanza: Una celebración correcta del sacramento de la Penitencia no depende exclusivamente de la manifestación íntegra de nuestros pecados. Quienes nos confesamos con frecuencia, debemos tener en cuenta que existe el peligro de caer en la rutina y en la superficialidad. Los penitentes hemos de procurar con responsabilidad, que nuestra confesión sea un encuentro personal con Jesucristo, quien nos consuela en nuestras debilidades, al mismo tiempo que fortalece nuestra esperanza en el inicio de una vida nueva.
Los penitentes habituales podemos ser tentados también por el cansancio y hasta por la desesperanza, cuando a veces no percibimos un avance en la reforma de nuestra vida moral. Nos puede dar la sensación de que siempre caemos en los mismos pecados y de que estamos encadenados en una espiral de caídas y peticiones de perdón, sin progresos constatables. Sin embargo, la única manera de permanecer fieles a la llamada a la conversión, es continuar fieles en el camino penitencial, “sin perder la paz, pero sin hacer las paces”. Es decir, sin perder la paz interior, por que no avanzamos como sería nuestra deseo; al mismo tiempo que nos resistimos a pactar con nuestro pecado, sin rebajar el ideal de la santidad al que estamos llamados. Decía un autor espiritual que el cristianismo no es tanto de los perfectos, como de aquellos que no se cansan nunca de estar empezando siempre.

Los cristianos que nos acercamos a recibir el perdón en estos días, estamos llamados a ser testigos de la Misericordia de Dios. La alegría del perdón es el mejor testimonio de fe y de esperanza ante nuestros hermanos. De forma similar a como San Agustín escribió un libro autobiográfico con el título de “Confesiones”, en el que cuenta la conversión de su vida pecadora, para proclamar ante el mundo la bondad de Dios; así también nosotros, al “confesar” nuestros pecados, “confesamos” el Amor de Dios.

+ José Ignacio Munilla, obispo de Palencia

Sentirse perdonado

17/2/08

Los sacramentos son los signos de nuestra fe, a través de los cuales, recibimos la gracia divina. La Confensión es uno de estos siete signos. Este sacramento, el de la Reconciliación, está en la actualidad muy devaluado. Muchos cristianos no entienden su significado y el por qué hay que decir los pecados al confensor que, al fin y al cabo, es una persona tan pecadora, o más, que el mismo penitente. Sin embargo, la Confensión es, en mi modesta opinión, uno de los sacramentos más gratificantes, de hecho, es llamado, junto con la Unción de los Enfermos, sacramento de curación o sanación.
La condición humana es una condición frágil, somos débiles, y fácilmente sucumbimos al sin fin de tentaciones que se nos presentan en nuestra vida. Como en la parábola del hijo pródigo, nos apartamos frecuentemente de la casa del Padre, marchamos errantes por la vida creyéndonos autosuficientes hasta que caemeos en la cuenta, al igual que en la parábola, de lo bien que se está en la casa del Padre. Jesucristo, consciente de nuestra debilidad, nos ha dejado este gran misterio y, por mediación de la Iglesia, nos reconcilia con el Padre. Es Él, a través del sacerdote, quien perdona nuestro pecados. Por otra parte, decir los pecados tiene un efecto como de catarsis, de liberación. Ser perdonado es una hermosa experiencia, es sentir, como en la parábola, el abrazo del Padre que espera siempre nuestro regreso a Él.
Yo, como santa Teresa, te recomiendo que para confesarte busques un confersor que sea santo y sabio y, si no encuentras a nadie que reuna esas dos características, al menos, busca a uno que sea sabio.

En este enlace puedes profundizar más ello.

http://www.vatican.va/archive/compendium_ccc/documents/archive_2005_compendium-ccc_sp.html#LOS%20SACRAMENTOS%20DE%20CURACIÓN

Estar en silencio

14/2/08


Este tiempo cuaresmal nos invita a encontranos con Dios, con los hermanos y también a encontrarnos con nosotros mismos. En la actualidad, en que tantas prisas tenemos, tantas informaciones recibimos y tan influenciados estamos, más parece que en lugar de vivir la vida somos vividos por ella. Estamos en algún sentido enajenados. Es necesario que nos paremos, que tomemos consciencia del momento presente, del aquí y ahora. Es importante, como recordaba el Papa, que ayunemos también de imágenes y palabras. Es necesario que experimentemos el silencio, que es algo más que la ausencia de ruidos. Procuremos buscar algún momento del día en el que, estando sentados en posición cómoda y con los ojos cerrados, permanezcamos en silencio, un silencio también mental intentando no pensar en nada, "desconectando", tomando consciencia de la respiración o del propio cuerpo. Si es posible, busquemos algún momento en la semana para caminar por zonas verdes permaneciendo en silencio, un silencio externo e interno. Esta actitud silente nos hará ser receptivos y ecuánimes, nos ayudará a orar de formar más efectiva. Estar en silencio es estar en actitud de escucha y esta actitud es ya una hermosa forma de oración.

Les recomiendo a todos la película - documental "El Gran Silencio" que plasma la vida de una comunidad de monjes cartujos. Estos monjes viven cada día ese silencio necesario para escuchar la voz de Dios.

Ejercitarnos en la caridad; la lismosna

8/2/08


"(...) Según las enseñanzas evangélicas, no somos propietarios de los bienes que poseemos, sino administradores: por tanto, no debemos considerarlos una propiedad exclusiva, sino medios a través de los cuales el Señor nos llama, a cada uno de nosotros, a ser un instrumento de su providencia hacia el prójimo. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, los bienes materiales tienen un valor social, según el principio de su destino universal (cf. nº 2404).

En el Evangelio es clara la amonestación de Jesús hacia los que poseen las riquezas terrenas y las utilizan solo para sí mismos. Frente a la muchedumbre que, carente de todo, sufre el hambre, adquieren el tono de un fuerte reproche las palabras de San Juan: “Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1Jn 3,17). La llamada a compartir los bienes resuena con mayor elocuencia en los países en los que la mayoría de la población es cristiana, puesto que su responsabilidad frente a la multitud que sufre en la indigencia y en el abandono es aún más grave. Socorrer a los necesitados es un deber de justicia aun antes que un acto de caridad.

(...) La Escritura, al invitarnos a considerar la limosna con una mirada más profunda, que trascienda la dimensión puramente material, nos enseña que hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hch 20,35). Cuando actuamos con amor expresamos la verdad de nuestro ser: en efecto, no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los hermanos (cf. 2Cor 5,15). Cada vez que por amor de Dios compartimos nuestros bienes con el prójimo necesitado experimentamos que la plenitud de vida viene del amor y lo recuperamos todo como bendición en forma de paz, de satisfacción interior y de alegría. El Padre celestial recompensa nuestras limosnas con su alegría.

(...) Más aún: san Pedro cita entre los frutos espirituales de la limosna el perdón de los pecados. “La caridad –escribe– cubre multitud de pecados” (1P 4,8). Como repite a menudo la liturgia cuaresmal, Dios nos ofrece a los pecadores la posibilidad de ser perdonados.

(...) ¿Acaso no se resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad? Por tanto, la práctica cuaresmal de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación cristiana. El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por tanto, lo que da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don, según las posibilidades y las condiciones de cada uno. (...)"

(Fragmentos extraídos del mensaje del Papa para la Cuaresma del 2008)

La Cuaresma

1/2/08


Dentro de unos días comenzaremos, un año más, el tiempo litúrgico de Cuaresma. Sería bueno que hiciésemos el esfuerzo de combatir el pesado lastre de la rutina que muchas veces arrastramos y descubriésemos lo genuino de este período, haciéndolo, así, verdaderamente fructífero. Si bien todo tiempo es bueno para cambiar estos cuarenta días son aún más propicios para convertirnos o, mejor dicho, para dejar que Dios nos convierta. Es un tiempo para revisar íntegramente nuestra vida, para mejorar nuestra relación con el prójimo, para intensificar nuestra relación con Dios y predisponer nuestro corazón a su acción liberadora. A ejemplo del pueblo judío, que durante cuarenta años anduvo por el desierto, nosotros peregrinaremos durante cuarenta días hacia la Pascua, con una actitud reflexiva, dejándonos sondear por el Espíritu Santo, abriendo nuestro corazón, con confianza absoluta, a la misericordia divina que iluminará la oscuridad de este peregrinaje, y , como metáfora de la propia existencia humana, nos conducirá un día a la Pascua definitiva del cielo.
Os deseo a todos una santa Cuaresma.