Fe y Liturgia

13/7/09




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La Sagrada Liturgia es el corazón y el torrente sanguíneo de la Iglesia. Nuestro acercamiento a la misma, por tanto, es capaz de transmitir claramente las creencias de la fe católica, pero también es capaz de oscurecerlas o distorsionarlas, lo que tiene claramente un efecto adverso. Si los textos y las ceremonias aprobadas de la Liturgia se siguen con fidelidad, belleza y reverencia, los fieles serán llevados, más probablemente, al sentido y a la fe en la Presencia Real. En contraste con esto, si la Misa se propone como un concierto de culto y alabanza, como una conferencia o una reunión comunitaria, entonces es mucho más probable que los fieles no vayan a tener ningún sentido o comprensión de la Eucaristía.
Por supuesto que podemos leer y hablar sobre la Presencia Real, pero es especialmente mediante la experiencia del encuentro con Cristo en la Liturgia que el corazón es movido a la fe y al amor. No considerar a la Liturgia como una parte de la solución es ignorar tanto esta realidad como la enseñanza de la Iglesia que sostiene que la Liturgia es fuente y cumbre de la fe cristiana: “es el lugar privilegiado de la catequesis [de los fieles]”, dado que “la catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental” (CATIC 1074).
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Como el Santo Padre Benedicto XVI nos ha enseñado tan profundamente en Sacramentum Caritatis, “la mejor catequesis sobre la Eucaristía es la Eucaristía misma bien celebrada” (SC 64), y “es necesario que en todo lo que concierne a la Eucaristía haya gusto por la belleza. También hay que respetar y cuidar los ornamentos, la decoración, los vasos sagrados, para que, dispuestos de modo orgánico y ordenado entre sí, fomenten el asombro ante el misterio de Dios, manifiesten la unidad de la fe y refuercen la devoción” (SC 41).


Extraído del Blog La Buhardilla de Jerónimo

Confesión

12/7/09


Dicen que la confesión está en crisis. Que los católicos se han olvidado de la necesidad y de la conveniencia de acercarse al sacramento del perdón. Si hay crisis de la confesión se debe, muy probablemente, a un oscurecimiento de la fe y a un desconocimiento de la realidad de uno mismo.
La fe nos dice que la salvación que Dios nos regala llega a nosotros, de modo ordinario, a través de mediaciones humanas, sacramentales. Gracias a la mediación de la Iglesia escuchamos la Palabra de Dios, celebramos la Eucaristía y recibimos, también, el perdón.
El conocimiento propio pone de relieve nuestra limitación, nuestra insuficiencia, nuestra necesidad de una ayuda que venga desde fuera de nosotros mismos, y que sólo podemos acoger como don. No somos perfectos ni tampoco impecables. Nuestra vida se mueve en una continua contradicción entre lo que desearíamos hacer – o evitar – y entre lo que en realidad hacemos – o no evitamos - .
En su última encíclica, “Caritas in veritate”, Benedicto XVI llama la atención sobre un problema contemporáneo, que, de algún modo, nos afecta a todos: la incomprensión de lo que es la vida espiritual. Tendemos a reducir la vida interior a una cuestión neurológica o psicológica, cuando se trata de una realidad mucho más amplia: “El vacío en que el alma se siente abandonada, contando incluso con numerosas terapias para el cuerpo y para la psique, hace sufrir” (CV 76).
“El vacío en que el alma se siente abandonada”… Cristo, Médico de los cuerpos y de las almas, pensó seguramente en este vacío cuando asoció un efecto de gracia – el perdón – al signo sacramental de la penitencia. No hay otro lugar, en la acción pastoral de la Iglesia, que sea tan personal como la confesión. Allí se encuentra el alma con Dios, el penitente con el Dador de perdón, el que está cansado y agobiado con el Corazón de Aquel que es nuestro descanso.
Yo no sé si hay crisis o no. O si lo sé, no dispongo de estadísticas que avalen mi opinión. Pero si puedo dar fe del bien que la confesión hace a las personas y del bien que me hace a mí mismo confesarme. Dedico a este aspecto del ministerio una hora diaria. Y no me parece, en absoluto, un tiempo perdido.

Guillermo Juan Morado.

Extraído del blog La Puerta de Damasco

San Benito

11/7/09






Hoy es la fiesta del padre del monacato occidental, San Benito de Nursia. Comprobando el moribundo estado del cristianismo en la mayoría de países europeos debiéramos volver la mirada sobre San Benito y la orden religiosa que él fundó, los Benedictinos. Europa sin monasterios y catedrales sería otra cosa pero no sería Europa. La importancia religiosa y cultural de los monjes y monjas ha sido tan grande que, repito, sin ellos Europa no sería Europa.
San Benito de Nursia escribió una regla, la regla benedictina, para regular y organizar la vida de las comunidades de su Orden. Esta regla contiene una máxima que bien podríamos hacer nuestra, dice así , "No antepongáis nada al amor de Cristo". No anteponer nada a Cristo es también hacerlo todo por y para Cristo. Ese "nada" y ese "todo" debiera ser una constante en nuestra vida para mayor gloria de Dios. Ojalá la gentes de hoy tengan esa actitud de desprendimiento de un monje, esa actitud de búsqueda de la Verdad que nos hace libres, esa mirada limpia que en todos ha de ver a Cristo, ese deseo inmenso de encontrar, adorar y transmitir a Dios. La liturgia es el carisma particular de la Orden Benedictina, desde la clausura de sus monasterio la belleza del Culto es sublime, se cuida hasta el mínimo detalle para dar a Dios el culto más excelso, la oración más hermosa. Todo cristiano debiera participar alguna vez de la Misa en un monasterio benedictino, no quedará indeferente.