Desear el Espíritu Santo

24/5/09


En esta semana previa a la fiesta de Pentecostés os animo a todos a meditar sobre el Espíritu Santo cada día hasta el domingo para ello leed este fragmento de los sermones de San Juan de Ávila sobre la tercera persona de la Trinidad Santísima.


No vendrá el Espíritu Santo a ti si no tienes hambre de Él, si no tienes deseo de Él. Y los deseos que tienes de Dios, aposentadores son de Dios, y señal es que si tienes deseos de Dios, que presto vendrá a ti. No te canses de desearlo, que, aunque te parezca que lo esperas y no viene y aunque te parezca que lo llamas y no te responde, persevera siempre en el deseo y no te faltará.
Hermano, ten confianza en Él. Porque debes, hermano mío, asentar en tu corazón que, si estás desconsolado y llamas al Espíritu Santo y no viene, es porque aún no tienes el deseo que conviene para recibir tal Huésped. Y si no viene, no es porque no quiere venir, no es porque lo tiene olvidado, sino para que perseveres en el deseo, y perseverando hacerte capaz de Él, ensancharte ese corazón, hacer que crezca la confianza, que de Su parte te certifico que nadie lo llama que se salga vacío de Su consolación.
¡Y cómo dice esto el real profeta David! El deseo de los pobres no lo menospreció Dios, oyólo el Señor (Sal 21,25) ¿Quién es pobre? Pobre es aquél que desconfía de sí mismo y confía sólo en Dios; pobre es aquel que desconfía de su parecer propio y fuerzas, de su hacienda, de su saber, de su poder; aquel es pobre que conoce su bajeza, su gran poquedad; que conoce ser un gusano, una podredumbre, y pone juntamente con esto su arrimo en sólo Dios y confía que es tanta Su Misericordia, que no le dejará vacío de Su consolación. Los deseos de estos tales oye Dios.
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San Juan de Ávila, “Sermones del Espíritu Santo”

Ascensión

23/5/09


Celebramos este domingo la fiesta litúrgica de la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo. Para aproximarnos a este gran acontecimiento y poder entenderlo, es conveniente considerar la encarnación de Dios, es decir, su descendimiento, su abajamiento al encuentro del hombre. Aunque como misterio que es nunca lo llegaremos a comprender plenamente, la ascensión no se debe enfocar en un sentido espacial, físico, no es que el Señor baje de un lugar superior y ahora vuelva a ese lugar. Significa que el Hijo de Dios encarnándose en el vientre de María, se ha hecho como nosotros, se ha empequeñecido, ha "descendido", clumplida su misión de redimir y salvar al género humano, una vez resucitado, "asciende", es decir, vuelve glorificado al seno de la Santísima Trinidad, vuelve al Cielo. Ahora media por nosotros enviándonos ese amor que procede de Dios Padre y de Dios Hijo y que es también Dios mismo; el Espíritu Santo. Este gran misterio de la Ascensión puede y debiera tener una segunda lectura aplicada a nuestra existencia concreta, también nosotros, en cierto sentido, tenemos que "ascender", es decir, trascender, ir más allá de la pura materialidad y temporalidad de esta vida. Tenemos que poner nuestra mirada, nuestro pensamiento, nuestro esfuerzo, en definitiva, poner nuestra meta en el Cielo. Todos estamos llamados a vivir con actitud de ascesis, con actitud de progreso espiritual, de ir recuperando la imagen de Dios en nosotros desfigurada por el pecado"...a imagen de Dios los creó...". Cristo es y nos has enseñado el camino, la Iglesia nos presenta los medios, a través de la oración y los sacramentos, para que también un día gocemos de la contemplación feliz de Cristo en el Cielo.

Sobre la oración

20/5/09

Consideradlo, hijos míos:
El tesoro del hombre cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por esto, nuestro pensamiento debe estar siempre orientado hacia allí donde está nuestro tesoro.
El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este mundo.
La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable. En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su pobre criatura; es una felicidad que supera nuestra comprensión.
Nosotros nos habíamos hecho indignos de orar, pero Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con él. Nuestra oración es el incienso que más le agrada.
Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración es una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo. En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol.
Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite, que ni se percibe su duración. Mirad: cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión, en que casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas, durante las cuales oraba al buen Dios, y, creedme, que el tiempo se me hacía corto.
Hay personas que se sumergen totalmente en la oración, como los peces en el agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no está dividido. ¡Cuánto amo a estas almas generosas! San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con él, del mismo modo que hablamos entre nosotros.
Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos a la iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin embargo, cuando vamos a casa de cualquier persona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos que incluso parece como si le dijeran al buen Dios: “Sólo dos palabras, para deshacerme de ti...” Muchas veces pienso que, cuando venimos a adorar al Señor, obtendríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con una fe muy viva y un corazón muy puro.
(De las Catequesis del Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, Sobre la Oración)

Desear contemplarlo

11/5/09

Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios: “Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro.”
Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte.Señor, si no estás aquí, ¿dónde te buscaré, estando ausente? Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia? Cierto es que habitas en una claridad inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad?, ¿cómo me acercaré a ella? ¿Quién me conducirá hasta ahí para verte en ella? Y luego, ¿con qué señales, bajo qué rasgo te buscaré? Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.
¿Qué hará, altísimo Señor, éste tu desterrado tan lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor, y tan lejos de tu rostro? Anhela verte, y tu rostro está muy lejos de él. Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives. No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro.
Señor, tú eres mi Dios, mi dueño, y con todo, nunca te vi. Tú me has creado y renovado, me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. Me creaste, en fin, para verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado.
Entonces, Señor, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo te olvidarás de nosotros, apartando de nosotros tu rostro? ¿Cuándo, por fin, nos mirarás y escucharás? ¿Cuándo llenarás de luz nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo volverás a nosotros?
Míranos, Señor; escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Manifiéstanos de nuevo tu presencia para que todo nos vaya bien; sin eso todo será malo. Ten piedad de nuestros trabajos y esfuerzos para llegar a ti, porque sin ti nada podemos.
Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré.

(San Anselmo).

Yo rezo el Rosario

9/5/09

Perfecta creyente

4/5/09


Es tradición en la Iglesia dedicar el mes de mayo a la Virgen María. Esta tradición se puede concretar en el rezo diario del rosario, en peregrinar hacia algún templo mariano, en colocar en un lugar destacado una imagen de la Virgen honrándola con flores y plegarias, etc. La Virgen es la perfecta creyente que todos debemos imitar. Un buen ejercicio sería tenerla a Ella como un espejo en el que mirarnos intentando, poco a poco, ser más semejantes a Ella, que aceptando la Palabra de Dios en su vida la hizo carne de su carne trayéndonos así la salvación del mundo. Otro buen ejercicio es procurar tener con nuestra madre del Cielo los mismos sentimientos de ternura y afecto que tenemos con nuestra madre terrena. Ella también es realmente nuestra madre. Dirijámonos a María constantemente, imploremos su protección, y roguésmole que nos alcance la gracia divina para alcanzar la salvación.
Santa María, ruega por nosotros