Celebramos este domingo la fiesta litúrgica de la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo. Para aproximarnos a este gran acontecimiento y poder entenderlo, es conveniente considerar la encarnación de Dios, es decir, su descendimiento, su abajamiento al encuentro del hombre. Aunque como misterio que es nunca lo llegaremos a comprender plenamente, la ascensión no se debe enfocar en un sentido espacial, físico, no es que el Señor baje de un lugar superior y ahora vuelva a ese lugar. Significa que el Hijo de Dios encarnándose en el vientre de María, se ha hecho como nosotros, se ha empequeñecido, ha "descendido", clumplida su misión de redimir y salvar al género humano, una vez resucitado, "asciende", es decir, vuelve glorificado al seno de la Santísima Trinidad, vuelve al Cielo. Ahora media por nosotros enviándonos ese amor que procede de Dios Padre y de Dios Hijo y que es también Dios mismo; el Espíritu Santo. Este gran misterio de la Ascensión puede y debiera tener una segunda lectura aplicada a nuestra existencia concreta, también nosotros, en cierto sentido, tenemos que "ascender", es decir, trascender, ir más allá de la pura materialidad y temporalidad de esta vida. Tenemos que poner nuestra mirada, nuestro pensamiento, nuestro esfuerzo, en definitiva, poner nuestra meta en el Cielo. Todos estamos llamados a vivir con actitud de ascesis, con actitud de progreso espiritual, de ir recuperando la imagen de Dios en nosotros desfigurada por el pecado"...a imagen de Dios los creó...". Cristo es y nos has enseñado el camino, la Iglesia nos presenta los medios, a través de la oración y los sacramentos, para que también un día gocemos de la contemplación feliz de Cristo en el Cielo.
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