Orar por los sacerdotes

30/6/09






Comenzado ya el año sacerdotal que ha convocado el Santo Padre cabría preguntarnos qué podemos hacer cada uno de nosotros para contribuir en la fructificación de este tiempo de gracia. El sacerdocio ministerial es imprescindible para la supervivencia de la Iglesia, sin sacerdotes no hay Eucaristía. El sacerdote asume en su persona de una manera singular la persona de Cristo, no sólo cuando celebra el sacrificio de la Misa, sino en toda su vida que debe estar revestida siempre por la caridad. Esta caridad se exterioriza en intentar ser modélicos en el servicio, material y espiritual, a los fieles en comunión plena con los sucesores de los apóstoles; el Papa y el resto de obispos. Cada uno de nosotros podemos hacer muchísimo por la Iglesia y por los sacerdotes. La oración constante y sincera al Padre para que envíe obreros a su mies es muy necesaria. Debiéramos comprometernos durante este año a rezar específicamente por los sacerdotes, por la santidad de sus vidas y por las vocaciones. También tendríamos que apoyar iniciativas que enseñen a los más jóvenes a rezar. Es a través de la oración, de la relación con el Altísimo, como uno puede escuchar y discernir a qué se siente llamado.

Comprometámonos a rezar cada día, si pudiese ser ante Jesús en la Eucaristía, para que haya buenos y santos sacerdotes .

Año sacerdotal

19/6/09



La renovación de la Iglesia pasa por la reforma y renovación del clero. Todos los sacerdotes deben reconocer con humildad que siempre podrán ser mejores ministros de la Iglesia y deben poner todos los medios para que así sea. Es muy directa la relación entre la santidad de vida de un sacerdote que tiene encomendada la cura de almas y la santidad de vida de los fieles que atiende. Recemos para que este año sacerdotal, que hoy comienza, dé abundantes frutos, sobre todo, para que aumente la fe del sacerdote en la presencia real de Cristo en la Sagrada Eucaristía. Sacerdotes Eucarísticos; pueblo santo.

“[…] Me dirijo particularmente a vosotros, queridos sacerdotes, que Cristo ha elegido para que junto a Él podáis vivir vuestra vida como sacrificio de alabanza para la salvación del mundo. Sólo de la unión con Jesús podréis sacar aquella fecundidad espiritual que es generadora de esperanza en el ministerio pastoral. Recuerda san León Magno que “nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a convertirnos en lo que recibimos” (Sermo 12, De Passione 3,7, PL 54). Si esto es cierto para todo cristiano, lo es más aún para nosotros, los sacerdotes. ¡Convertirse en Eucaristía! Que éste sea precisamente nuestro constante deseo y compromiso a fin de que la ofrenda del cuerpo y de la sangre del Señor que hacemos sobre el altar, esté acompañada por el sacrificio de nuestra existencia. Cada día saquemos del Cuerpo y Sangre del Señor aquel amor libre y puro que nos hace dignos ministros de Cristo y testigos de su alegría. Esto es lo que los fieles esperan del sacerdote: el ejemplo de una auténtica devoción por la Eucaristía; les gusta verlo transcurrir largos momentos de silencio y de adoración frente a Jesús, como hacía el santo Cura de Ars, a quien recordaremos particularmente durante el casi inminente Año Sacerdotal.
San Juan María Vianney solía decir a sus feligreses: “Venid a la comunión… Es cierto que no sois dignos, pero la necesitáis” (Bernard Nodet, Le curé d’Ars. Sa pensée - Son coeur, éd. Xavier Mappus, Paris 1995, p. 119). Con la conciencia de ser indignos a causa de los pecados pero necesitados de nutrirnos del amor que el Señor nos ofrece en el sacramento eucarístico, renovemos esta tarde nuestra fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía. ¡No hay que dar por descontada esta fe! Existe hoy el riesgo de una secularización creciente también dentro de la Iglesia, que puede traducirse en un culto eucarístico formal y vacío, en celebraciones privadas de aquella participación del corazón que se expresa en veneración y respeto por la liturgia. Es siempre fuerte la tentación de reducir la oración a momentos superficiales y apresurados, dejándonos abrumar por la actividad y las preocupaciones terrenas. […] ”

De la homilía del Santo Padre Benedicto XVI en la Solemnidad de Corpus Christi, 11 de junio de 2009


Es Él mismo

11/6/09


En la Sagrada Eucaristía está realmente Cristo, en cuerpo, en alma, en divinidad, todo su ser está presente en el pan y vino consagrados, transubstanciados. Es Él mismo. El mismo Dios que siempre ha existido en la segunda persona de la Trinidad Santísima, el mismo que hace más de veinte siglos se hizo carne en el vientre de María, el mismo que nos redimió en la Cruz, el mismo que resucitó de entre los muertos. Si tomásemos un poco de consciencia de esta realidad, qué fructíferas serían nuestras visitas al sagrario, nuestra participación en la Misa, qué sublime el momento de comulgar, qué acompañados y amados nos sentiríamos, qué gran Amigo habríamos encontrado, qué necesidad de buscarlo, tratarlo y adorarlo tendríamos. Decimos que creemos que es Él, pero nos falta fe, convencimiento, certidumbre. Pidamos a Cristo sacramentado que aumente nuestra fe en su presencia real en la Sagrada Hostia y que aumente nuestra piedad eucarística.

El Sagrado Corazón

9/6/09

¡ Oh Trinidad bellísima !

7/6/09

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo

La Santísima Trinidad es el misterio más profundo de nuestra religión porque es el misterio de Dios mismo. Si el ser humano, en cierto sentido, es insondable ¿cómo no lo va a ser Dios? . Por ello, son acertadísimas las palabras de San Bernardo cuando dice “Querer penetrar este misterio es atrevimiento; creer en él es hacer acto de piedad; conocerlo será vida eterna.”

Busquemos siempre conocer al Altísimo que nos ha creado, que nos ha redimido, que nos ha santificado. Nuestro destino es ser felices en Él, por Él y para Él. Dejémonos encontrar por Él, Dios eterno y verdadero, uno y trino.
Pidamos siempre al Padre, que por medio del Hijo, nos otorgue el Don que procede de ambos; el Espíritu Santo y Él nos los enseñará todo.

Demos gloria siempre con todo nuestro ser a la Santísima Trinidad.