El domingo de la Octava de Pascua, es decir, el domingo siguiente al de Resurrección, la Iglesia nos presenta pedagógicamente el pasaje evangélico de la duda de Santo Tomás. A poco que reflexionemos sobre ese pasaje caeremos en la cuenta de lo tozudo que es el ser humano. Santo Tomás era uno de los doce apóstoles elegidos por Cristo, por lo tanto, conocía al Señor, había visto sus signos y había escuchado sus enseñanzas, sin embargo, no creía que hubiera vuelto a la vida. Es curioso que no creyendo en que Cristo verdaderamente estuviese vivo siguiese en el grupo de los doce; no creyendo formaba parte de la Iglesia. Si nos paramos un poco a pensar comprobaremos que en la Iglesia hay muchos como Santo Tomás que no viven convencidos de su fe, que siguen una serie de ritos y preceptos pero, a su vez, tienen un corazón incrédulo y desconfiado. Atrevámonos a pedir a Dios la gracia de creer. Ojalá lleguemos a tener una fe más sólida que si, como Santo Tomás, hubiésemos metido los dedos en la llaga de los clavos y el costado.
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