Comprender la liturgia

23/4/09



Entrevista realizada por Bruno Volpe a Monseñor Nicola Bux.

“Pero… ¿qué fiesta? La Liturgia es un drama”: lo afirma Monseñor Nicola Bux, teólogo y liturgista de reconocida fama. Con él, hemos afrontado el tema del sentido de lo sagrado en la Liturgia.
Creo que este sentido de lo sagrado se podrá recuperar cuando comprendamos que la Misa no es nunca un espectáculo, un entretenimiento o una propiedad de cada sacerdote, sino un verdadero y propio drama. A menudo nos llenamos la boca con la palabra “fiesta”, pero… ¿qué fiesta? En la Misa recordamos el sacrificio de Cristo, ésta es la verdad. Cristo se ha inmolado por nosotros y luego se usa la palabra fiesta… Es correcto hablar de fiesta sólo después de haber comprendido y aceptado el concepto de que Cristo ha dado la vida por nosotros. Sólo entonces es lícito hablar de fiesta, pero nunca antes.
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Luego añade:
Una buena Liturgia debe tener en su centro la cruz pero, al ser colocada frecuentemente a un lado o en lugares poco visibles, ésta ha perdido su significado verdadero y auténtico. Parece mucho más un objeto accesorio que un centro de adoración. A veces tengo la sensación de que una cruz en el centro del altar produce fastidio, casi incomodidad. Para ser duros: la mayoría de las veces, no la mira nadie.
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Monseñor Bux habla del concepto de devoción:
Para volver a dar a la Liturgia el sentido de lo sagrado, es necesaria la devoción. Basta de Misas celebradas como acontecimientos mundanos y entretenimiento. Es necesaria la devoción, el encuentro con el rostro de Dios. Pero desgraciadamente esto ocurre muy pero muy raramente. Sin un encuentro con el verdadero rostro de Dios, sin devoción, la Misa se convierte en un ritual, en una auto-celebración del sacerdote que no tiene ningún sentido.
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Provocadoramente, monseñor Bux plantea una pregunta:
¿Cuántos actualmente, celebrando la Misa, dirigen la mirada a Dios y a la cruz? Pocos. Y por eso el sentido de lo sagrado va disminuyendo en nuestras Misas.
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Y entonces, ¿qué se puede hacer?
Pienso que una buena idea podría la ser siguiente: en la segunda parte de la Misa, desde el ofertorio en adelante, el sacerdote podría celebrar dirigido hacia la cruz, ad orientem.
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En una entrevista que nos ha concedido algunos días atrás, el historiador Franco Cardini ha hablado de crisis del sentido de lo sagrado…
Es necesario ver en qué sentido ha dicho esta afirmación. Pero el sentido de lo sagrado es Dios. Aparentemente, este sentido de lo sagrado, es decir, de cercanía y de búsqueda de Dios, hoy parece ofuscado, es cierto. Pero yo no sería tan pesimista. En el fondo, el hombre busca siempre, por naturaleza, a Dios. Muchas veces también por comodidad personal o con formas corrompidas y equivocadas como la superstición o la magia, pero a fin de cuentas ese contacto es buscado. La alianza con Dios, incluso egoístamente, es conveniente para el hombre.

Extraído de la Buhardilla de Jerónimo

Cruz de Altar

22/4/09


En las últimas décadas el desorden litúrgico ha ocasionado la desfiguración de la Misa que no es una reproducción de la última cena, como muchos piensan, sino que es la actualización del sacrificio de Cristo en la cruz. Cuando participamos en la Eucaristía realmente estamos ante la muerte y resurrección de Cristo. Litúrgica y teológicamente lo más correcto es que la cruz, señal de los cristianos, sea colocada sobre el altar y en el centro del mismo, de esta forma, el sacerdote y los fieles quedan orientados hacia Cristo y se subraya el carácter sacrificial de la celebración. Aunque en el presbiterio exista una imagen de Jesús crucificado, es muy oportuno, colocar una cruz en el centro del altar del santo Sacrificio. El Papa está insistiendo en este punto y creo que todos debemos secundarlo puesto que es una medida fácilmente realizable.

Reponer comulgatorios


El Cardenal español Antonio Cañizares ha hecho unas interesantes declaraciones a propósito de la forma de recibir la sagrada comunión y la relación de estos gestos con la línea de actuación al frente de la Congregación para el Culto. Así, el purpurado ha asegurado que: "La comunión de rodillas significa respeto a Dios y adoración, es el corazón del hombre que se postra ante quien le ama hasta el extremo. Esto son signos, no es cambiar por cambiar, es buscar todo el sentido y superar la secularización de nuestro mundo. Uno de los objetivos de nuestras congregaciones es llevar a cabo en estos años una grandísima campaña de formación litúrgica".
Creo que una forma de colaborar con la reforma de la reforma litúrgica y, a la vez, un signo de comunión con el magisterio de la Iglesia sería que los párrocos recuperasen el comulgatorio en sus parroquias para que el fiel que, estando en su derecho, desee comulgar según la norma universal de la Iglesia pueda hacerlo. En España ya hay tres catedrales que lo han repuesto. Pienso que si hoy no se suprime el indulto que permite recibir la comunión en la mano es debido a la soberbia de muchos que de alguna forma condicionan la autoridad del Papa. Además la supresión de este indulto evitaría las profanaciones y sustracciones del Santísimo Sacramento que se están multiplicando. Pues lo dicho, al menos, que se facilite a los fieles la comunión según la norma universal de la Iglesia: de rodillas y directamente en la boca.

El Señor lo asista

19/4/09

Hoy hace cuatro años que Benedicto XVI es nuestro Papa.
Todos los católicos debemos tener presente lo fundamental que es el ministerio del sucesor de Pedro. La apostolicidad es una de las características esenciales de la Iglesia, de forma que podemos afirmar que allí donde está Pedro está la Iglesia y viceversa. Estimemos, pues, al Santo Padre, que tiene como misión confirmarnos en la fe, en la caridad y congregarnos en la unidad. Roguemos por Él, para que el Señor lo asista con su Espíritu Santo y lo defienda de los muchos ataques que está recibiendo. Procuremos aprovechar el denso magisterio de Benedicto XVI, escudriñemos sus dos encíclicas; Deus Caritas Es y Spe Salvi; sus homilías, mensajes, etc.
¡ Gracias Señor por este gran Papa !

¿Seré yo, Señor?

18/4/09


El pasaje bíblico de la última cena nos relata cómo los discípulos se interrogaban ante las palabras de Jesús; "uno de vosotros me va a entregar". Ciertamente el Señor conoce hasta lo más íntimo de nuestro ser pero nosotros ¿conocemos nuestro corazón?. Puede suceder que a lo largo de la vida vivamos momentos de fidelidad extrema a Cristo, como la del discípulo amado que estuvo al pie de la cruz o, por el contrario, momentos de cinismo y de traición, como la de Judas. Cuántas veces la respuesta a la pregunta "¿Seré yo, Señor?" es afirmativa; nuestra pasividad, indiferencia, ingratitud, son realmente traiciones a Aquel que se ha entregado por nosotros. Este segundo domingo de Pascua la Iglesia nos presenta el fragmento evangélico de la duda de Santo Tomás, es bastante común entre nosotros tener esa extrañísima actitud de formar parte de la Iglesia y, sin embargo, no creer realmente. No deja de ser un sinsentido pero ocurre.
Que el Crucificado y Resucitado nos conceda la gracia de conocerlo y de conocernos. Que Él nos haga avanzar por el camino de la santidad de forma que llegue el día en que nuestros sentimientos y acciones sean iguales a las suyas.

Vivir la Pascua

13/4/09

Sí, la Pascua es la vocación de la Iglesia. Es su destino y su heredad. Somos ciudadanos del cielo, de un cielo y de una Pascua que solo se pueden ganar en la tierra. La cruz de Cristo nos redime, pero no nos garantiza automáticamente la salvación que hemos de lograr completando en nuestra carne y en nuestra alma lo que le falta a su Pasión redentora. Pasión y Pascua se funde, de este modo, en una unidad indivisible y santa.

Aprendamos estas diez actitudes claves para vivir la Pascua, para dejar que la Pascua nos transforme:

1.- Una actitud de admiración y reconocimiento de la verdad de la Pascua: ¡Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya! La verdad de la resurrección de Jesucristo no es una fábula, una parábola, una moraleja o un símbolo. Es una verdad histórica, indestructible e invencible. ¡Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya! La resurrección de Jesucristo es la clave de bóveda de nuestra fe. Ha resucitado realmente, corporalmente, glorificadamente. Es también cierta y verdadera su resurrección como lo fue su vida, su pasión, su cruz y su muerte. Y al igual siempre que su cruz siempre nos llama a la compunción, a la emoción, a la admiración y al agradecimiento, lo mismo su resurrección, tan auténtica una como la otra. ¡Verdaderamente, sí, ha resucitado el Señor. Aleluya!

2.- Una actitud de inserción en el misterio de la cruz de Cristo: ¡Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero! No hay dicotomía entre el Cristo Crucificado y el Cristo Resucitado. Para ello es preciso hallar el equilibrio entre la cruz y la gloria. Nos hemos pasado tantos años en la Iglesia clavados en el Viernes Santo, plantados en la contemplación de la Pasión, que ahora, como si se tratara de un movimiento pendular, nos hemos instalado con verdad y también con demasía solo en la gloria. Hasta ufanamente decimos estar solo pendientes de la Pascua. Y no hay Pascua sin Viernes Santo. Entonces la resurrección tendrá consecuencias en nuestra vida, comprendiendo progresivamente la resurrección a la luz de la vida de Cristo y recorriendo nuestra vida a la luz de esta resurrección, a cuya "escuela" hemos de acudir cada día, humilde, gozosa y esperanzadora.
3.- Una actitud de novedad: Somos panes nuevos, los panes ácimos de la Pascua. Esta actitud consiste en saber ver y juzgar con ojos y corazón nuevos. Ya les pasó a los apóstoles. Ya les pasó a Pedro y a Juan. Dudaron del anuncio de las mujeres y necesitaron ir al sepulcro, hallarlo vacío, contemplar las vendas y el sudario. Y ver con el corazón. "...y entonces vio y creyó, pues no habían entendido la Escritura que anunciaba que El iba a resucitar de entre los muertos".

4.- Una actitud de confiada, esperanzada y contagiosa alegría. La alegría es la característica de los textos bíblicos y litúrgicos de la Pascua. La alegría es el grito, el clamor de los testigos del sepulcro vacío y del Señor Resucitado. Se trata de una alegría exultante y a la vez serena, de una alegría contagiosa y expansiva, de una alegría confiada y esperanza. El “aleluya” de la Pascua es etimológica y conceptualmente alegría. ¡Claro que hay en la vida y en nuestra vida motivos para el pesar y la tristeza! Los hay, sí, pero, ante todo y sobre todo, ha de haberlos para la esperanza y la alegría. Cristo ha resucitado. Tiene sentido la vida. Tiene sentido nuestra fe. El cristiano de esta hora del siglo XXI habrá de ser testigo de esta alegría con su propia alegría. Si siempre fue cierto que nada más triste que un cristiano –un santo, dice el refrán- triste, en medio de acosos y cortapisas al cristianismo y a la Iglesia, hemos de ser alegres, hemos de transmitir que esta alegría que nadie no ha de arrebatar.

5.- Una actitud de búsqueda y de escucha de la Palabra de Dios. La escuela de la Pascua tiene, por tanto, como primera lección la escucha atenta, constante y orante de la Palabra de Dios. Hemos de regresar una y otra vez a la Biblia. Es la fuente, el sustrato y el nutrimento capital de nuestra fe y de nuestra vida. Los cristianos -particularmente los católicos- no podemos ser los grandes desconocedores y hasta prófugos de la Palabra de Dios, que es siempre viva y eficaz, actual, interpeladora, pensada para ti, para mi y para todos. La Palabra de Dios es la gran pedagoga, la gran educadora de nuestros ojos y de nuestro corazón. Es la gran maestra y descubridora de la Pascua, como aconteció con los discípulos de Emaús.

6.- Una actitud de trascendencia: “Buscar las cosas de allá arriba”. La escuela de la Pascua, al purificar nuestra mirada y nuestro corazón, nos enseñar a mirar "más arriba", a buscar las "cosas de allá arriba", donde está Cristo el Señor. Nuestro mundo y también los cristianos urgimos recuperar la trascendencia. El progreso de la ciencia y de la técnica, los altos niveles de bienestar que disfrutamos en Occidente -al menos, la mayoría de las personas- nos prometen continuamente el paraíso en la tierra y nos dejamos engañar pensando que estamos a un tris de hallar aquí, en esta tierra, la felicidad y la plenitud. Vivimos en el sofisma del primer paraíso terrenal cuando la serpiente engañó al primer hombre y a primera mujer en la manzana del árbol de la vida, del árbol del bien y del mal. No hay más árbol de la vida que el árbol de cruz. El, en Jesucristo crucificado, es el Bien, el único bien vivo y verdadero. Y la tentación y los tentadores son el mal. No nos confundamos y no nos dejemos confundir.

7.- Una actitud de renovada y profunda espiritualidad y vida interior. Un cristianismo renovado, vigoroso, robustecido, confesante y apostólico es que, nutrido de la Palabra de Dios, se abre y se recicla continuamente en la oración y los sacramentos. A esta hora nuestra de secularismos y laicismos la única respuesta válida es la que brote de una vida interior, de la plegaria, de la espiritualidad recia y encarnada. Para "buscar las más de allá arriba", donde está Cristo el Señor, necesitamos rezar, fortalecer nuestra vida interior, revitalizar nuestras raíces cristianas, ahondar en la verdadera y propia identidad de nuestra fe y de nuestra Iglesia en y desde la comunión, sintiéndonos orgullosos de pertenecer a ella.

8.- Una actitud propia de la condición del discípulo. La escuela de la Pascua, desde la Palabra y desde la búsqueda y cultivo de la verdadera y apremiante trascendencia y espiritualidad, es la escuela del discipulado. Para ser testigos antes hay que ser discípulos. El discípulo es el que está a la escucha y en la compañía del Maestro. Es aquel que experimenta y conoce su sabiduría, su grandeza y su amor. Solo así el discípulo hallará al Cristo total - no a un Cristo a mi gusto o medida- y solo así el discípulo se convertirá en apóstol, en misionero, en testigo. Nuestro gozo será entonces tal que nos brotará y surgirá espontáneo e irrefrenable el expandir y transmitir con la fuerza de la propia vida y de las obras al Cristo que se levanta y camina con las llagas y transido de gloria en el alba del día sin ocaso.

9.- Una actitud misionera de apóstol. Todo lo anterior nos convertirá así en apóstoles y testigos. Pero nadie da lo que no tiene. De ahí la importancia de ser antes discípulos. Solo transformados nosotros mismos podremos ser levadura nueva de transformación para nuestra humanidad. Cristo Resucitado nos llama a ser sus testigos. "Nosotros somos sus testigos", repetían los apóstoles en aquellas horas y días de la gran Pascua.

10.- Una actitud solidaria con todos los que sufren, con todos los llagados. En la Pascua nos espera el Resucitado, ¿dónde hallarlo? Lo descubriremos también en nuestras llagas y en las llagas de una humanidad dolorida y anhelante de salvación y a quien hemos servir en la caridad y a través de la Eucaristía, el Cuerpo glorioso y llagado de Jesucristo, el Pan partido y repartido para la vida del mundo. Con los de Emaús sintamos, cantemos y actuemos: “Te conocimos, Señor, al partir el pan; Tú nos conoces, Señor, al partir el pan”.
Meditación sobre la Pasuca
Extraído de la web Altaria Tua Domine

¡ Cristo ha resucitado !

12/4/09


Y muy de madrugada ... encontraron el sepulco vacío...
¡ El Señor vive !. La muerte, el Maligno, el pecado... han sido derrotados. Nuestra fe está sólidamente apoyada en este acontecimiento, no puede ser vana nuestra esperanza porque no creemos en alguien muerto sino en el Señor Jesús vivo que está junto a nosotros.
¡Feliz Pascua de Resurrección!