Nuestro corazón tiene que estar prendido solamente en Dios, Él debe ser nuestro cimiento. El primero de los mandamientos del Decálogo nos dice "Amarás a Dios sobre todas las cosas", implícitamente se nos está exigiendo ser desprendido. Cumplir esta exigencia no es algo sencillo pues el corazón humano tiende a aferrarse a seguridades, a personas, a mil preocupaciones. Si uno va a realizar una peregrinación larga lleva en su mochila lo imprescindible porque de lo contrario todo lo demás le supondrá un peso añadido que dificultará su progreso. La vida es esa peregrinación. No se trata de ser eremitas y de renunciar a tener familia, amigos, aficiones, se trata de vivir sin apego a nada ni a nadie. Paradógicamente quien consigue ese estado de desprendimiento aprende a contextualizar todo correctamente, aprende a amar porque ama desde Dios y hasta en un sentido puramente humano se halla feliz y en paz pues ninguna contrariedad del mundo lo podrá abatir ya que no está apegado a nada del mundo.
Confiemos en Dios y pidamos la gracia de ser desprendidos.
Confiemos en Dios y pidamos la gracia de ser desprendidos.
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